El otoño.

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el otoño en Bonares
Indalecio Iglesias Romero
Indalecio Iglesias Romero

Igual que las hojas caen de los árboles, se van los recuerdos de la memoria de los viejos y todas las estaciones parecen otoño. La primavera tan lejana, es solo añoranza. Añoramos los primeros besos, el sabor de los labios y el olor de las rosas, el vigor en los brazos, la nítida visión de un verde trigal donde fulgura una amapola y lo que más añoramos, son los sueños, las quimeras posibles, la esperanza inquebrantable, el perfecto mañana. Ahora todos los sueños son batallas perdidas, paisajes desolados que nunca se olvidan.

En los días postreros, cuando el final se vislumbra entre ordinarias decepciones, la mente liberada de temores y pesadillas, ve la realidad como nunca antes y comprendemos que la vida que vivimos no fue nuestra elección. Siempre fuimos marionetas, personajes secundarios que lloraban y reían según el humor del director.

Cuando aceptamos que solo fuimos libres luchando por la libertad y comprendemos que los sueños de libertad nos hacían libres, entonces somos verdaderamente conscientes de que el tiempo ha pasado y no hemos luchado lo suficiente por alcanzar aquel futuro soñado. Sufrimos por la pérdida inocencia y también por la triste realidad.
Añoramos la lejana juventud, cuando todo era posible, cuando no había distancia que no pudiéramos salvar ni enemigo invencible y olvidamos que la memoria es siempre complaciente, una amiga que nunca nos lleva la contraria y aunque andemos herrados, nunca rebatirá nuestras opiniones.

Sin darnos cuenta nos envolvemos en una coraza dentro de la cual solo valen nuestras opiniones, porque nadie las rebate y nadie las vence; y poco a poco todo nuestro mundo cabe en los estrechos límites de una realidad que hemos construido en nuestra mente y a la que nos aferramos porque es la única manera de vivir cuando ya se ha vivido.