Callecitas impregnadas por la juncia verde de la Esperanza, por el aroma a campo, como si de una alfombra se tratara; callecitas algunas que culminan en la Iglesia, Iglesia con sus porches, donde juncia tras juncia, los niños hacen sus camas para, sin importar más nada, que más puede importar a esa edad, jugar y seguir dejando esa costumbre arraigada en el propio tiempo.
Balcones, mudos testigos de lo humano y lo divino; vigías de lo que viene y se aleja; puerta por la que se cuela el viento fresco de la mañana; contador de historias pero mudo en su declaración; balcones, los mismos que ese día son engalanados con las colchas impolutas que compiten como ninguno.
Fachadas, muros infranqueables que guardan la alegría, la pobreza, la sonrisa y la tristeza, pero que solo queda tras el umbral de su puerta; fachadas adornadas con ramas de eucaliptos y pinos, que llevan su aroma fresco hasta el rincón más escondido de la casa.
Tiempo de zurriagos, nueva palabra que aprendo, que en mi diccionario particular anoto y con su sonido ya comprendo.
Estampa de niños en pantalón corto, camisa nueva y zapatos brillantes, en un día, Domingo Santísimo, anteriormente Jueves de Corpus Christi, día donde poder contemplar en lo más alto, la figura del Dios mismo en Su Sagrada Forma. Y a Él, jóvenes y mayores siguen, sin importar más nada, sin apartar de Él su mirada y dejando que sus corazones hablen para sí, en esa única confesión que esconde la oración propia de cada uno de nosotros, agarrado a su propia Fe, a la propia razón de la sinrazón.
La juncia se recogió, el niño dejó de jugar, el balcón volvió a ser lo que era, la pared de la fachada recobró su estado y los zurriagos dejaron de sonar.
Todo terminó, pero no es punto y aparte, porque aparte es seguido. Todo es un paréntesis, una espera que no desespera y es que por todos es sabido que en este tiempo donde el silencio se hace presente por las calles, donde los grillos despiertan al anochecer y la vida del día a día, merma casi en su totalidad, Bonares toma sus vacaciones, esas que terminarán pronto, porque en breve, estarán anunciadas las actividades de la semana cultural de Septiembre, mes de regreso para la mayoría de sus habitantes, esos que no disfrutarán de los conciertos que la Banda Municipal de Música interpreta cada domingo de verano en la Plaza de España. Y cuando todos se junten, los que se fueron, los que se quedaron, venerarán como Reina a esa mujer que de nuevo irá a visitarlos, esa mujer guapa de cabello negro como la noche más cerrada, madre acompañada de sus dos hijos, uno de sonrisa picarona, otro de gracia infantil, y es que con Ella todo de nuevo comienza.
Todas mis palabras, todas estas frases aquí recogidas y firmadas con la tinta nueva, son el resultado de lo vivido y lo escuchado junto esa mujer que a mi lado convive y todo esto nuevamente revive. Vivencias que se vuelcan en el papel, bajo la sombra del árbol del patio, patio de esa casa, casa de ese pueblo que cuelga el cartel de «Cerrado por vacaciones».