El anuncio más dulce de las fiestas de Bonares.
Había señales que no necesitaban calendario. En Bonares, bastaba con ver aparecer el puesto del turrón para saber que las fiestas estaban a la vuelta de la esquina. Era el aviso más dulce del año, el que despertaba la ilusión en grandes y pequeños.
Cuando ponían el puesto del turrón en la plaza, el pueblo entero lo notaba. Aquel hombre llegaba con su furgoneta blanca, sus tablones de madera y su toldo rojo, siempre en el mismo sitio. En cuanto abría las cajas, el olor a almendra garrapiñada y azúcar tostado se mezclaba con el del café de los bares.
Los niños se arremolinaban alrededor del tenderete, con las manos en los bolsillos y los ojos brillantes, decidiendo entre una piruleta, un bastón de caramelo o un trozo de turrón duro. Los mayores, más tranquilos, lo observaban desde los bancos de la plaza, y alguno decía lo de siempre:
—Ya está aquí las Santa.
Y sí, con el puesto del turrón llegaban las luces a la Plaza, los saludos alegres, el bullicio de la gente y ese aire distinto que solo se respira cuando el pueblo se viste de celebración.
Porque en Bonares, cuando ponían el puesto del turrón, no solo llegaban las fiestas: también volvían los recuerdos, la familia y ese niño que todos llevamos dentro. era un anuncio de alegría, un olor a infancia y un recordatorio de que las cosas más sencillas —como un dulce compartido o una sonrisa en la plaza— son las que hacen que la vida merezca la pena.
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