Querido Antonio, escribo estas letras marcadas por el destino caprichoso que un día, llama a nuestra puerta para seguir hacia adelante y no mirar para atrás. Para ellas, un título a las mismas, con el permiso de su persona, que siempre lo tuve.
Dejo en la mesilla, este folio escrito por la tinta del recuerdo, para que las puedes leer, si es que no lo estás haciendo ya. Dejo palabras escritas que van desde Galilea, hasta Sevilla, desde Bonares hasta Tierra Santa que es más Santa que Tierra, todas ellas pasando por esa Misericordia plena que te llevó por el camino de la fe, a seguir recibiendo y dando, lecciones de vida espiritual y seguir con la brecha de la evangelización.
Te escribo, porque cuando había que encajar las piezas de aquel estudio sobre Santa María Salomé, San Juan y Santiago y su relación con Bonares, no dudaste en poner más cimientos para que todo fuera debidamente estructurado. Toda tu obra, siempre bajo la atenta mirada de “Su Santa y sus chiquillos”, como tú les llamabas. De ellos, sé que guardabas una vieja fotografía ya descolorida por el paso del tiempo, en tu viejo cuaderno de anotaciones, la misma a la que te aferrabas para recordar tú pasado e infancia.
En sus cartas, como llamaba a los correos electrónicos, encontré a la persona humilde y sencilla, que no daba más importancia al hecho que a la palabra y siempre eran finalizadas con una frase de esperanza y de acercamiento a Dios.
Coincidimos una tarde, en Bonares, en un acto celebrado por la Cruz de la Calle Misericordia, su “Cruz Misericordiosa” como le gustaba decir. Aunque poco tiempo duró nuestro encuentro, fue mayor el no haberme equivocado de su calidad humana y bondadosa.
Vayan estas breves palabras, para tu recuerdo porque seguro que ahora, estarás jugando con tus chiquillos, bajo la atenta mirada de su Bendita Madre.
Ah, si ves a mi abuela, dile que no la olvido.
Un abrazo, querido Antonio Martín Carrasco.