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Día de dulces, domingo, día de guardar, de Su Divina Majestad bajo palio y bajo el balcón la abuela que espera, al dulce primero, primero que no último, último que no se guarda, que se gusta en el paladar.
Chocolate que busca el niño tras otro que se ha tomado ya. Hoy no importa, hoy es día especial, es día de disfrutar del trabajo que se ha dejado atrás, de sólo mirar hacia adelante y esperar, disfrutando el presente, que se hace latente, presente caliente como el café que se toma entre dulce casero y copa de anís, sin importar si la copa es una o una más.
La calle, la alfombra, de romero cubierta, la calle sencilla pero elegante que pisa la gente importante, pública y de todos, peinada bajo la luz de una Misericordia, que esperaba tan ansiosa este día, tan culpable de todo lo que allí pasaba, como las historias que allí se escuchan, como las que se quedan en la barra de sus seis puestos. Y puestos a dejar en la barra, se deja la cara de cansancio de quien la noche anterior no pasó por casa; el churrete del niño en la camisa blanca recién planchada: las historias de los mayores, increíbles algunas, lógicas otras; los saludos de los que hace tiempo que no se veían; el vaso con olor a aguardiente; el dulce último que en la bandeja nadie ha querido coger; los besos de los que quieren empezar a conocerse mejor; el guiño pícaro del novio a la novia o la pregunta del forastero por saber de qué va todo aquello.
Dulces de un día que se fue, se fue con la tarde lluviosa en el corchito, poca agua, mejor sol, tarde de fiesta, fiesta del día, día de dulces, día de recuerdo que se guarda en la memoria de una calle que sabe que pronto todo terminará, pero hasta entonces, hasta ese punto, todo queda, todo espera, todo se hace milimétricamente con la justa medida del cariño como el que se le puso a este día del que mis letras visten de gala y lo hacen protagonista de esta historia que aunque repetida por la misma calle cada doce años, es otra la que hace de cadena y forma ese eslabón perfecto de la fiesta de cada año. Año este, señalado a rojo en el calendario, de días sin horas y horas sin días, cuando uno no sabe cuando todo se conjunta, cuando todo da el resultado perfecto del mimo de cada puntada de la aguja en la tela, como fue el mimo con el que se prepararon esas migas que hicieron el alimento perfecto como el pan de cada día, como ese pan que fue testigo inequívoco de una cena, la última dicen, donde se convirtió en cuerpo para ser entregado, como entregado fueron los alimentos de este día de dulces, que se esperaba, como siempre se espera el mismo día, todo coincide, día de dulces en día de resurrección.
Nada acaba, todo continúa, todo prosigue, todo está escrito hasta este día, pero como un libro inacabado, todo falta, todo espera, todo final llega, como llegará Mayo, quedará el recuerdo de los dulces, de este día, quedará lo hablado, un te quiero en la plaza, un beso en la almohada, donde sueñan con ese otro gran día, ¿cuál? Nada escribir podría de cada uno de ellos, invito seguro al acierto, te espero en la Verbena, en el Romerito, te espero en la plaza, te espero en el Corchito, te espero ese Domingo con mayúsculas, te espero por mayo, nada traigas, Bonares, te lo da todo regalado.