Hay personas que dicen que la casualidad existe, otras lo discuten y hay otras que por el contrario argumentan que lo que realmente es cierto es la causalidad. Yo verdaderamente no me quedo ni con lo uno ni con lo otro, solo sé que como dijo el sabio y bien me ha recordado últimamente una mujer que dejó todo por proclamar el amor de Dios: “sólo sé que no se nada”.
Y es que mis palabras de ahora juegan con el pasado y el presente, recordado una primera vez. Un pasado de hace más de treinta años, que recuerdo como si fuera ayer, sin saber ver lo que verdaderamente ocurrió aquel día de invierno para que llegara a su lado y lo viera a Él y un presente de un mes de octubre pasado, donde tampoco sé lo que sucedió cuando tras una esquina me encontré con Ella cara a cara.
A Él lo vi de pequeño, como bien recuerdo una mañana fría y como ya hablara mi corazón allá por el mes de marzo. Recuerdo su mirada revolucionaria de lucha necesaria, único camino que se ha vivido, vivido lo sentido que proclama, que es su amor el que reclama, de la mano que guía a lo sentido, amigo sin querer decir amigo, porque Él no lo dice y lo demuestra, amistad siempre la nuestra, que se llevará la muerte conmigo.
Ella es una jovencita de cabello negro, belleza por el sol iluminada que reflejaba la hermosura en su cara reflejada, madre paciente que a sus hijos lleva uno en un brazo y otro también a su lado, pasión de un amor por quienes la conocen antes que yo, pasión sentida con la palabra calmada de serenidad templada. Allí ante todos ellos, para que nadie me falte, solo sin importar la multitud te vi por vez primera, me hablaron de ti, mucho me contaron, pero mis ojos se acercaron y comprendió mi alma, que quienes bien te quieren, nada temen, todo es recompensando por la luz de tu mirada que se clava en todos ellos conducido con tu mirada apasionada.
Cuantas tardes de conversación, de esa que es muda y se queda entre ambos. Él de Sevilla, Ella de Bonares, pero independientemente de la propia existencia de la casualidad o causalidad, ambos nacieron de las mismas manos, años setenta para El, años ochenta para Ella y cuando los ojos de ambos cobraron vida, vieron que tras la gubia, quien les fue dando vida primero en su corazón y luego algo palpable, fue el imaginero D. Luis Álvarez Duarte y aquí como decimos por el sur, las cosas de la vida.
Un amigo que nunca falla, Santísimo Cristo de la Sed, una mujer que es Madre de todo un pueblo, Santa María Salomé, dos fechas distintas, pero el reencuentro con la misma sensación extraña que recorriera mi alma al verlos por vez primera.
Feliz Verano a todos.