Educado caballero de los de antes, bigote fino a lo Clark Gable, español de los de Gibraltar sin dominio inglés, le gustaba de llamarme de Don.
Elegante siempre, recto, firme, de aspecto serio, así lo conocí y así se quedará siempre en la memoria, esa que a veces nos recuerda que poco valemos.
Se marchó, no porque nadie fuera a buscarlo a su joyería, porque para buscarlo no hace falta llamarlo. Se marchó, lo esperaba su esposa.
Fue una tarde de verano cuando nos invitó a su casa. El estudio de investigación requería una visita. Tarde plácida, donde la casualidad o causalidad como algunas la denominan, hizo ver que ya nos conocíamos de antes, como si el destino fuera aquel que nos hizo volver a juntarnos. Una fotografía me mostraba junto a él y mi padre. Desconocía este que te escribe, la amistad entre ambos señores, esa que se fraguó en Sevilla, continuó en el Rocío y se hizo firme en Marbella.
Te has ido y no he podido contarte como llegó Salomé a tu casa, quizás ahora si lo sabes y guardes el secreto entre el Pilar y las cuatro esquinas. Espero de ser así, que nos reveles el motivo.
Sabes que fuiste siempre importante entre las páginas que contarán su historia, la de esa mujer que llegó para quedarse para siempre en Bonares. En ellas, cobrarán vida no sólo tus fotografías, también tu palabra, sabía, vencida por los años, como tu piel envejecida por la propia vida.
Quedarán tus viajes, tus historias, tus vivencias, tus fotografías guardadas en viejos cajones y latas. Esas que veíamos en tu salón y comentábamos hasta que la campana de la Parroquia llamaba a Misa.
Quedará siempre tu palabra, tu enseñanza, tu recuerdo.
No has esperado los días que quedan para llegar a la Ermita, te has adelantado, no has querido esperar. Tal vez, porque Ella te esperaba a su lado, era tu hora. Seguro que tú ya lo sabías, viejo amigo.
Escribo estas amargas letras, con la extraña sensación de que estás aquí, junto a la vieja mesa que las sostienen. Lenta su lectura, como acostumbrabas para no perder palabra.
Donde estés viejo amigo, donde estés Señor Reales, decirte siempre, que fue un placer aprender de ti.
Un abrazo.
Raúl Delgado