La Casa del Pino, el Paisaje Añorado.

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Indalecio Iglesias Romero
Indalecio Iglesias Romero

Quienes vieron la casa del pino con su esbelta palmera guardarán en la memoria un recuerdo mágico, una imagen llena de nostalgia y emoción que no puede borrar los años, es la emocionante visión desde la lejanía de la magnifica casa solariega acariciando el cielo más amado por el viajero que regresa al hogar.

La visión en la lejanía de ese “faro” fabuloso, eterno centinela que nunca duerme, enmarcada en un cielo encendido con la roja llama del atardecer y el profundo azul que anuncia la noche acogedora y el calor del hogar, imagen nítida en la lejanía que cuando nos acercamos se vuelve difusa como si solo fuera importante para aquellos que no se sienten protegidos por su prodigioso abrazo.

Hoy el viaje es algo cotidiano, pero no hay que alejarse mucho en el tiempo para comprobar como el viajar era un acontecimiento extraordinario, “ayer” el pueblo gozaba de autonomía y era autosuficiente, cuando casi todo aquello que necesitábamos lo podíamos obtener sin necesidad de salir de nuestro amado paisaje, teníamos de todo, zapateros, herreros, costureras, guarnicioneros, alfareros, lateros, carboneros, herradores, esquiladores……. la artesanía era un gran tesoro hoy casi inexistente y como consecuencia de su desaparición ahora dependemos de otros para casi todo, ya resulta muy difícil vivir sin recurrir a las cosas que nos vienen de fuera,

pero no hace mucho la vida de los Bonariegos podía pasar del nacimiento a la tumba sin salir de sus limites por eso el viaje era un acontecimiento trascendente que nunca se olvidaba y siempre se compartía con la familia y los amigos. Y también por eso, el regreso era tan cálido y en el retorno la Casa del Pino nos convertía en seres especiales, nos devolvía la identidad de Bonariegos,

podíamos ser el hijo amado, el novio impaciente, o la madre protectora, todos al ver en el lejano horizonte la fascinante palmera sentíamos el corazón jubiloso y nuestra mirada recogía el caluroso abrazo que dibuja sonrisas en los niños y acelera el corazón cuando lo recordamos.

En el pasado los niños Bonariegos Salíamos al campo a coger el delicioso Palo Dulce, provistos de pequeñas azadas horadábamos la tierra buscando las robustas raíces del generoso Regaliz y volvíamos a casa cansados y satisfechos y siempre al final del sinuoso camino la casa del pino se alzaba imponente, guardando celosa sus “secretos y misterios”, viéndola altiva e inaccesible imaginábamos ocultos terrores e historias fabulosas que ocurrían tras sus altas paredes y la casa solariega para siempre viviría en nuestros recuerdo y en nuestros sueños.

Despedía a los quintos de caras sonrientes y tristes corazones que cargados de inocencia partían a la Ítaca lejana en un iniciático viaje cuyo destino era el regreso y al volver llenos de experiencia y añoranza la casa del pino dominando el horizonte abraza al viajero y el corazón que parecía viejo se rejuvenece, se emociona y le hace un hueco a la inocencia que inexorablemente se pierde en el camino.

Indalecio Iglesias Romero.