Los alrededores de nuestro pueblo están llenos de caminos y veredas casi olvidados. Ya casi nadie los transita. La hierba los ha recuperado, los llenan de color.
Yo camino por ellos con dificultad. Mis piernas no son las de aquel chiquillo que los recorría saltando y nunca se cansaba. Ahora no corro, no salto, pero miro el paisaje y rememoro una pizca de la olvidada felicidad.
Hoy no he salido del pueblo y sin embargo he rememorado el paisaje de mi niñez en las magníficas pinturas de nuestro paisano Paco Garrido. He disfrutado del cielo azul, limpio, tan real que parece soñado, un azul infinito y perfecto. Esas casas añil con sus paredes de cielo me han llevado a la lejana niñez, porque debajo de ese azul están las paredes blancas de nuestras viejas casas; cuando el añil se vertía en la cal para hacerla aún más blanca.
En sus marinas está la ardiente arena y el blanco sol, el añil de mi niñez y el azul de mis mañanas.
Hoy he experimentado mi solitario paseo en una sala de exposiciones. La belleza de las flores, los frutos vivos en sus naturalezas muertas, el aire fresco en las callejuelas estrechas. Todo gracias a la belleza que el pintor nos regala, y nunca debemos olvidar que esa belleza es fruto de la dedicación, la pasión y siempre, siempre del trabajo del artista.