¿Sigue siendo el cooperativismo, y la economía social en su conjunto, el mejor modelo posible de cuantos existen para optimizar el desarrollo económico del Bonares del S.XXI?, ¿acaso lo fue en el S. XX?

De sobra es conocido por todos que Bonares presume, incluso en foros internacionales, de su cooperativismo, concepto éste sin el cual no se entendería la realidad socioeconómica del municipio de los últimos 75 años, quizá de más.
Pero, si hiciéramos un análisis objetivo acerca de los resultados alcanzados, ¿qué pensaríamos realmente los bonariegos?.
Para muchos el asociacionismo inherente a la economía social fue la única forma exitosa de emprendimiento empresarial que posibilitó vencer todas las resistencias e inconvenientes de la postguerra. Así, no pocos opinan que el cooperativismo interactuó como corriente de pensamiento posibilitando una atípica “revolución industrial”, y situando a Bonares en la senda del progreso. A éstos los llamaré los “progres” a partir de ahora.
Sin embargo, para otros muchos paisanos, el cooperativismo responde más a una apuesta política anacrónica, errónea, estimulada y mantenida espuríamente por las instituciones municipales, incluso provinciales o autonómicas, como medio de propaganda y de adoctrinamiento de voluntades. A éstos, en adelante, los llamaré los “conservadores”.
Entre los argumentos que más y mejor se le reconocen a los “progres” en mi opinión, destaco los siguientes:
- Superación del miedo individual a fracasar en el emprendimiento por minimización de riesgos por pertenencia al grupo.
- Presencia relevante en los mercados por la mayor dimensión del grupo.
- Mayor productividad gracias a las sinergias derivadas de la colaboración entre socios.
- Mejor distribución de los resultados. Socialización de los beneficios, y de las pérdidas.
- Proyectar valores sociales muy reconocidos como la colaboración y la democracia.
Claro que los “conservadores” esgrimen no pocas razones en contra del asociacionismo como mejor modelo sobre el cual hacer pivotar el desarrollo:
- Limitan, incluso coartan la escasa iniciativa privada que queda al margen del mismo.
- Tras una primera etapa relativamente exitosa, su ingobernabilidad hace que deriven en instituciones ineficientes, perpetuas demandantes de ayudas públicas para su subsistencia.
- La falta de un único referente de autoridad les hace variar de rumbo o estrategia corporativa fácil y contradictoriamente.
- Sus empleados suelen estar mejor considerados por estas instituciones que los mismos socios, adquiriendo a veces hábitos más propios a los de la propiedad de otras formas jurídicas que los que paradójicamente su institución desea trasmitir.
Muestras de unos y otras sobran, tan sólo basta recordar el “mapa cooperativista” de Bonares en los albores de la democracia con el actual e identificar con “razones sociales” cada uno de estos epígrafes anteriores entre las entidades que o bien subsisten, o bien han desaparecido.
Personalmente considero que ambos modelos, el social, y el ortodoxo, deben coexistir en igualdad de condiciones, así como en perfecta complementariedad, o armonía, y como será el mercado el encargado de hacer la selección natural de supervivencia, deben ser a mi juicio, los propios recursos endógenos del pueblo junto con éste, los pilares sobre los que debe erigirse el nuevo modelo de desarrollo local del Bonares del S.XXI, independientemente de la forma jurídica empleada.
El nuevo paradigma del emprendimiento debe sustentarse a mi entender sobre aquello de lo que tengamos garantías ciertas de que funcionará con el paso de los tiempos. Ha de hacerse con marcada vocación de permanencia por su capacidad de competir y de adaptarse al mercado, puesto que lo probadamente improductivo desaparecerá al igual que en la naturaleza desaparece lo inútil o estéril.
Así a modo de ejemplo, en Bonares nos encontramos en la actualidad con situaciones tales como una cooperativa de consumo que ha desaparecido, arrastrando con ella a la panificadora, otra de cultivos típicos mediterráneos en estado “claramente mejorable”, o una de reparación de vehículos que, junto con la anterior, subsisten gracias a la venta de gasoil.
Paradójico, ¿verdad?. Lo cierto es que éstas dos últimas sobreviven porque se han “agarrado” al mercado, independientemente de que el único surtidor del pueblo haya tenido que cerrar sus puertas. Éste no ha sabido.
Las pequeñas y medianas empresas del régimen ortodoxo adolecen en la actualidad de graves ineficiencias, pero el cooperativismo se viene enfrentando a una amenaza, a mi juicio terrible, casi irresoluble, que es la que se deriva de la propia condición humana. Así, la democrática toma de decisiones en las empresas de economía social está conduciendo a muchas cooperativas si no por la senda de la improductividad, por la de la extinción, por cuanto en demasiadas ocasiones falta profesionalidad en sus órganos de gestión y administración, así como por el hecho de que la democracia no es siempre un buen acompañante en el mundo de los negocios.
Esta democracia podría ser más teórica que real si muchos empleados de las cooperativas gozaran de más poder y privilegios que los propios cooperativistas. Es más, en algunas incluso hemos asistido a una dictadura encubierta de los mismos, esto es, a todo un chantaje en toda regla. Esto es del todo inaceptable por cuanto propaga la ineficiencia y la mediocridad.
Por último, aprecio también que existen intereses de pequeños lobbies o grupos de presión dentro de las cooperativas que pueden chocar frontalmente, y esto las conducen irremediablemente al desastre.

Así sólo a modo de ejemplo, pequeños cooperativistas, supongamos agrícolas, democráticamente podrían llegar a imponer “trascendentales opiniones para la supervivencia de la cooperativa”, pongamos también como ejemplo, en cuestiones comerciales, a la voluntad de otros más grandes, y quizás por ello más apegados a la realidad empresarial, situando la cooperativa en la ruta del caos. Podría tratarse éste de un proceso en donde primero, los “grandes” abandonen, como otras veces hubiera poder sucedido, el proyecto común, luego como consecuencia de la pérdida de músculo o capacidad de presencia por sí misma en el mercado, los resultados empiecen a flaquear, originándose de nuevo cambios en la dirección de la hoja de ruta inicial casi de una forma aleatoria. Todo ello en un proceso que se retroalimente hasta el desastre.
Sinceramente, espero que éste no sea el caso que me preocupa en demasía.
Concluyo considerando este hecho toda una amenaza que está muy presente en la actualidad dentro de las empresas de economía social, y este es quizá el gran reto al que se enfrenta este tipo de entidades, las cuales si resultan exitosas en el empeño, pueden volver a liderar, como dirían los “progres”, la nueva “revolución industrial” del Bonares del siglo XXI.
Una vez superado este obstáculo han de saber volver a asociarse para innovar sin miedo en nuevos nichos de mercado de gran potencial, como el del turismo rural, o los que paulatinamente irán dejando de ser suministrados por la propia Administración, como son los servicios de la dependencia, algunos de educación o formación, e incluso parte de los sanitarios, o los relacionados con la infancia y la tercera edad.
Obviamente este proceso innovador tampoco debe descuidarse en los sectores tradicionales que han demostrado saber sobrevivir al paso de los años, fundamentalmente el agrícola, y el de algunos servicios a particulares, y empresas.