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De nuevo Bonares, mis letras de principiante van para ti, que si yo te escribo, no es pretensión, compromiso u obligación. Te escribo y dejo mis palabras donde siempre, entre las grietas de tus paredes, en el hueco de tus rejas y en los geranios de tus balcones, para que hagas tuyas todas ellas. Aquí mis letras, tal vez sean algo diferente, sin querer saber que pensará de ellas la gente, sólo es mi voz en papel plasmada, como cante poco relevante, huérfano de la gente que te cante, esa letra que escribe mi puño, que se alza como himno de esperanza.
Tierra que nunca fuiste de mí ni de nadie, solo tuya como fiel compañera, que no te escondes en la madrugada ni despiertas en la almohada. Tú, que no dejas que por tus almenas se te cuele el maleante, ese que viene elegante a trepar por tu escalera. Te escribo a ti, que no te tengo cada día, para así ser mi hogar en la lejanía, tierra, que la siento como mía.
Tierra sin fronteras, que es llevada a hombros por sus quintos; tierra sobre playa enclavada y paredes encaladas, donde en la azotea de sus casas, que son murallas, que son troneras, ondea su bandera, que es sábana tendida, sin color ni medida.
Tierra encerrada entre el campo y la mar; con adoquines en sus calles que pisa la gente sencilla pero importante; la que siempre resucita cada día en la ermita y hace por cada mañana el día a su manera; la del trago de vino en la barra del casino; la de Plaza de España de lucha y revolución;
La de Misericordia convertida en calle; la del tiempo que pasa y deja pasar; la de la Anunciación convertida en Semana Santa, con más Santa que semana cuando Salomé abre la mañana a golpes de pasiones, hombro y hombres; la de Andalucía sin naranjas; la de habas enzapatá que alimenta al pobre; la del Cautivo que lleva la procesión por dentro y escucha rezos y lamentos, mientras su madre Dolores, con un beso, consuela en su recogía a las abuelas y a su agonía; la de la gracia transformada en amores y la que se pone a cantar por carnavales, para ocultar todos sus males.
Hoy lo que te escribe este junta letras, tan pobre como pobre me hizo el tiempo, es un regalo para una de tus hijas, una Cruz nacida de tus entrañas, tu niña Misericordia, principio y fin de estas letras que se han ido mezclando bajo la música que Felipe Chaparro interpretaba cuando acariciaba con sus manos a esa mujer protegida por cuerdas a la que llamo guitarra.
Les doy vida, como si de una obra de teatro se tratase, nervioso como un niño que estrena zapatos nuevos un día de fiesta, por no saber si esto será lo que ella espera. Así que sin más, ábreme tu telón, ábremelo por mayo, porque ella me espera. Aquí tienes las letras mías, escritas con la tinta derramada por los hombres y mujeres que nacieron junto a ella y los que se fueron pero volvieron, porque la tierra siempre llama a gritos.
Misericordia ante mí, ante mí Misericordia, como el tiempo que cuando no brilla con el sol, duerme con la luna. Tiempo, distancia entre dos puntos que separa de la misma manera, la misma carretera que une a dos tierras, una me parió, otra me acogió.
Tiempo, que une un mismo corazón que vive a su forma y semejanza, como la semejanza de vivir que tiene el propio corazón que juega al esconder con lo que te da y lo que te quita, para que la vida no sea una condena y merezca la pena. Pena, derramada en lágrimas ocultas por el tiempo, ese tiempo que es oro, oro que brilla como el sol. Sol que deslumbra como la Misericordia, aquella que se viste de gala cada doce años.
Cruz de Galilea, de Antonio Martín, de pobreza y corazón, de gracia plena que nos enseña que es año de la Misericordia de las Cruces, de un pueblo que mira el reloj sabiendo que Larga se hace la espera, que desespera y es que Misericordia… ya llega. Niña de Triana y San Sebastián, nacida en el viejo Higueral, más allá de La Fuente Nueva. Un pueblo, que durante este tiempo, estos años, ha escrito en El Rincón de su alma, letras de amor, para luego dejarlas navegar en el agua que en El Pozo había, mientras soñaba que entre el Pilar y las Cuatro Esquinas del Arenal, le dejaba un beso y un te quiero.
Un pueblo que espera, Misericordia que lo sabe y se engalana. Un pueblo que sabe que pronto vendrá lo que pronto se marchará, llevándose su corazón, sin buscar explicación en la despedida, porque tampoco la hubo en la venida.
Madero sagrado, que permanece cada mañana cuando abres tu ventana, que espera como amigo sincero y verdadero, que no espera por dinero y si en el camino como compañero, el único y primero por ser por Dios dado, en Bonares enclavado y por Misericordia nombrado. Que escucha tu palabra, sea buena o se mala y le habla al hombre en su locura y dicta la muerte sentenciada cuando no queda más nada. Espera la Cruz, abiertos sus brazos, rompiendo la soledad en mil pedazos, espera y se hace pequeña nuestra estatura ante su pequeña gran altura.
Espejo, obra y reflejo, Misericordia que da la vida, todo para la nada arrepentida, diferente, sangre de muerte, agua en la fuente, con ella todo queda sentenciado, madero divino en el corazón de cada uno de sus hijos clavado, Cruz de un Dios moribundo enclavado por el hombre y su mundo, Cruz que resiste, que a nuestro lado existe, Cruz que a nuestro lado quiere estar, porque después de todo, tan solo, nos quiere amar.
Cruz de un tiempo en blanco y negro, cuando el blanco era esperanza y el negro el color de ese tiempo; que fue pasado pero de otra manera, cuando nada era simple porque nada lo fue como tampoco lo es ahora; con la cara pintada por el hambre y el hombre, que hacía de ese hambre, la pintura soñada, como sueñan las madres en vestir a esa Cruz.
Vuelve envuelta en el tiempo, que nunca se terminó de irse, vuelve la cigüeña al campanario, la primavera a tu vera, los años a tu lado y el agua a la tierra, vuelve el tiempo y lo hace volando, como si doce años no hubiesen estado pasando. La trae la madrugada, que ya despertó, esperando que el pueblo despierte también, dejando el pasado, viviendo el presente que es lo único que se quedará para siempre
Entre todos la peinan y la ponen bonita, cosen su vestido nuevo con hilos de oro, la miman y le hablan bajito. Le cantan cuatro angelitos, que custodian su casa, la casa de todos. De todos es ella en el paso del tiempo. Tiempo, ángeles, Bonares, una niña que es calle, calle que es Misericordia, que encela y recela su nombre, y entre sus letras esconde su nombre y con su nombre una Mirada perdida, la Inquietud de juventud, una Sonrisa de niña, la Esperanza tan necesitada, un Run run que ya avisa, la Infancia que marca el camino, una Cruz que se toma y se sigue, Olvido en días de verano, Romero que por mayo se derrama, un Día tan esperado, su Inalterada presencia y el Anhelo cuando todo llega.
Misericordia, que acunó a una mujer tan bella y tan canalla, tan culpable y tan valiente, tan igual y tan distinta, con historias para regalar de esas que no caben en mil libros. Por ella, también todo esto dejo escrito, ella que huele a libertad cada día al despertar y hace de todo un nada porque nada es todo.
Dama que camina a mi vera, amante del sur que renace en primavera, del puerto, de la mar, centinela de esa tierra que la parió en las olas de una playa, que es recuerdo, que es vida, que es casa, que es presente, que es locura verdadera cuando me visita de forma elegante, tan sencilla como una amante que cuando ve que puedo tirar la toalla, me agarra del corazón y levanta su voz en la batalla.
Enamorado de esa mujer, está este hombre, hasta de las letras de su nombre, de cuatro letras abreviado, de cuatro letras en mi corazón grabado. Quizás ya sepan la mujer que les digo, quien se la cruza no la deja en el olvido, por ella amo todo lo que no he dejado, por ella no entiendo otro camino que sin ella a mi lado. Amante y amiga, que marca el comienzo tras el primer despertar, tras la primera arena, dejando huella al inicio de cada camino, sin importar apellidos ni destino.
Todo esto es por ti amada mía, a ti que te mecían y susurraban nanas las estrellas que bajaban a tu cuna, mientras que la luna te peinaba al amparo de esa Cruz, como única compañera de camino. Cruz, epicentro de sí misma y de la propia Misericordia, de una calle que lleva doce años esperando a ser protagonista y con ella el tiempo pasando, el mismo que espera tras la puerta vigilando a un amor encerrado con cerrojo y candado. Desvelado por un quiero y no puedo para ver a esa Cruz, porque sabe que dentro de poco, esa mujer que amo, estrenará traje nuevo y se pondrá guapa y elegante, aunque a ella nada más le falta para ser importante.
Cruz que escribe su propio relato desde el anonimato de cualquiera de quienes la custodian, esos mismos imprescindible que en breve abrirán el telón de su Capilla para mostrarla a todos, a los de allí y a los forasteros sin importar nombre y apellidos, porque lo que importa es la Cruz, la calle, la Misericordia de cada uno de los allí presentes, de esos que hacen su corazón latente y de su esfuerzo un referente.
Madre de otra Cruz, esa Cruz chica que el primero de mayo, llevan a hombros los más pequeños de esa misma calle Misericordia, los mismos que en su piel blanca de cal, dejan dibujados sus sueños. No es una feria de tantas ni una fiesta más, es un modo de ser de esos niños que hacen de ese día, el día de su pasión, como si de una religión se tratara y como tal religión, tiene función, tiene oración, canto y rezo, música y letra, letra que ya se sabrán de mayor, cuando de esta procesión, ya no sean patrón.
Cruz, misericordia, Capilla sin historia en los libros del pasado, sin escudo, ni sangre real, sin más familia que el reino de una calle, calle con una Cruz que no se debe ni a patria ni gobiernos, solo a la historia que se oculta en las noches de enero, que roba horas a la luna y donde en cada golpe de martillo, va también una historia que muere tras otro alfiler que se clava, uno tras otro, formando olas de una mar, por donde navegará esa Cruz que va en esa barca echa con las manos de los imprescindibles, que sin parar, la han ido vistiendo
Cuando cae la noche y despiertan los sueños, en el momento eterno cuando en el reloj de la plaza las agujas se juntan y cae el alma derrotada por la ilusión de la victoria proclamada, bajito, despacio, sin hacer ruido para no despertar a ese pueblo que desde el campanario espera ver llegar a esa Cruz.
Espera Bonares por mayo, impaciente, a que la Cruz de la calle Misericordia, se haga presente.