El bendito aburrimiento de una sobremesa dominguera post invernal, lo que debería ser analgésico natural contra el estrés de una vida que llaman ordenada, pero que en las actuales circunstancias de reclusión, prefiero calificarla como monótona y lineal, me incita a consultar una vez más, y ya van unas cuantas en la última hora, las preocupaciones que asoman por las redes sociales. Todo gira alrededor de la maldita pandemia.
La metástasis geográfica del dichoso COVID-19 me ha acorralado. Literalmente. Llevaba apareciendo cada mañana por las noticias de mi televisor desde al menos el pasado mes de diciembre, primero por el lejano Oriente, posteriormente por Italia, luego por algún punto de Canarias, y ahora por toda España, Bonares incluido. Hasta el punto de que vivo encerrado en unos pocos metros cuadrados.
Más allá de teorías conspiratorias que por otro lado, tampoco descarto, ¿de verdad que nadie en Europa pudo pensar que desde China saltaría el bicho al viejo continente con el mismo salvaconducto que usaron las hipotecas subprime, la globalización?
Habida cuenta el gran volumen en los flujos comerciales y turísticos existentes con el gigante asiático, casi un tercio de la economía mundial es China, y la plena libertad de circulación de personas dentro la UE (o, espacio Schengen), ¿nadie de la Comisión Europea, del erudito ejecutivo comunitario, cayó en la cuenta?, ¿tampoco nadie se asustó cuando la situación superó a las autoridades sanitarias italianas?, ¿para qué sirven las Instituciones Comunitarias, si no es para velar por el bienestar de los ciudadanos Europeos como dice el artículo 3 del Tratado de la UE?
Supongo que para lo de siempre, asegurar los intereses económicos de los lobbies que la mantienen mientras dicen velar por el cumplimiento de los Tratados de la Unión. Pero es que ni para eso, ¡inútiles!, ¡tecnócratas!, ¡parásitos!
Aquí nos vemos otra vez primo, frágiles dentro de una nueva crisis importada desde el exterior, la coronacrisis, y como en cada crisis, será en parte la suerte, en parte nuestras situaciones particulares las que definirán nuestras posibilidades de adaptación (sea de éxito, o de fracaso) a las nuevas circunstancias. A más vulnerabilidad, más personas inmunodeficientes en su círculo familiar, más endeudamiento, etc, a más responsabilidad en definitiva, menos probabilidades de superación y regreso a la posición inicial, y viceversa. Entiéndase que no estoy hablando de dinero exclusivamente, principalmente de vidas humanas, lo que hace que sea ésta una crisis con implicaciones irreversibles.
“Yo soy yo, y mis circunstancias”, dijo el filósofo José Ortega y Gasset.
Pues mi aquí y ahora, o dicho de otro modo, la primera y segunda dimensión de una existencia, la mía, pecaminosa quizá por haber creído en el sistema, por haber asumido responsabilidades personales y/o profesionales (familia, deudas, empleados, proveedores, etc), por haberme mostrado incapaz de vivir lo suficiente al día, definirá mi futuro a medio plazo. A más responsabilidad, más dificultad. A usted le pasará igual.
Entiendo que no es éste el momento aún de exigir responsabilidades, pero tampoco debemos olvidarnos el que la tragedia humana y el despilfarro de recursos que empezamos a ver e intuir, por las redes, se podía en parte haber minimizado de haberse actuado más diligentemente.
Les deseo suerte.