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Solos tú y yo esa mañana fría de invierno. Algo pasó, no me preguntes que, tal vez esa sensación que dicen quienes fueron mecidos con tu manto, que se siente cuando solo se queda uno ante tu presencia y ausencia. Solo frente a ti, detrás un pueblo que te custodia, el mismo que se muere de sed y con el pozo lleno, le niegan hasta el agua de su tierra; el mismo, que sabe que no hay excusas para verte por más tiempo reflejado en los reflejos de cualquier espejo. Solo frente a ti, sin comprender ni saber, sin querer ni entender, solo un diálogo de hombre a mujer y en mi mente lo ya sabido, que entregas un corazón por cada palabra arrepentida, besos por cada mirada perdida, esperanza por cada lágrima derramada y paz por cada batalla perdida. Solo frente a ti. Solos tú y yo.
Ahora, que no seré yo quien te robe el corazón, déjame quedarme aquí junto al reclinatorio. Hoy no es día de fiesta, tan sólo un día de esos que viene escondido con la Niebla y recorre las calles de tu pueblo. Ahora que me encuentras, porque grité tu nombre en el silencio más absoluto, como grita el corazón buscando el primer beso de la mañana de la persona amada. Ahora que sobran las presentaciones y que los niños aún duermen, déjame un hueco en tu primavera, que sin decirte nada, sabes lo que voy a decirte.
La voz, tu voz, el susurro, tu susurro, se hace presente. Las lágrimas, tus lágrimas, ausentes. No hay motivos, bien lo sabes. Ellas sobran, como sobra la lluvia cada veintidós de octubre. Ellas se hacen presentes en la mirada de esa niña que se esconde entre el gentío para verte, culpable de que tú y yo nos conociéramos aquella mañana. La voz, tu voz, es la voz de cada uno de los que te llevan a hombros, de la abuela que te ve tras la rejas, del niño que todo se pregunta, del músico que pregona tu presencia y del que se fue y se llora por su ausencia.
Octubre no es ahora, ya llegará ese mes que permanece oculto en el calendario. Antes otro mes, Mayo, enmarcado por el amarillo de una Misericordia que lleva en espera doce años. Que importa octubre o mayo, que importa el día, no existe día marcado en este o cualquier calendario, para venir a verte. No se enmarca como una tarea por cumplir, una fecha por determinar o un evento por el que asistir. Para vernos, tu llamas a mi puerta y sin saber cómo, ahora me encuentro lo más lejos a tu lado.
Me miras porque sabes que no seré ni el primero ni el último que te escriba con el corazón. El mío, prestado por esa mujer que hoy no ha podido estar junto a nosotros. Esa otra mujer que se agarra a tu mano cuando vence el cansancio y te pide Sed y Consuelo, fuerza y vida. Mis palabras son las suyas, el beso también. La mirada, de los dos. Lo que hablamos, se guarda en el cajón de nuestras vidas, donde dejamos la palabra no escrita.
Éstas son mis palabras, que ahora dejo aquí entre líneas. En ellas tu nombre escribo sin pronunciar, primera letra de cada comienzo, porque eres tú el comienzo de todo lo que ya en nuestras manos no está, como esa historia, tu historia, que espera ahora para ser conocida. Es tu nombre el que no escribo porque tras cada palabra se esconde y se ve. Es tu nombre el que pronuncio cuando salgo de tu ermita. Es tu nombre, eres tú, eres todo para un pueblo. Eres tú, parte de mí.