Debo decir que la primera vez que oí palabras como borrajo, corchito, chasca, ranaita o badila, no entendí nada de nada. Eso, sumado a la rapidez con la que engarzan esas palabras para convertirlas en frases, ya me dejaba desconcertado.
Pero es lógico aplicar el tiempo desde donde nace la propia raíz de todo esto, palabras de un pueblo, Bonares, donde ese propio tiempo se hace lento para crecer como crecen las flores de sus balcones, como despierta el sol, ese que entra por las rendijas de las viejas ventanas y sale para jugar en las paredes de cal blanca de sus casas.
Pueblo que se vuelca por esa Vera+Cruz y se aferra a ella como San Sebastián a su fe en Cristo, cruz verdadera que es Misericordia Nueva emanada de vivencias trasmitidas por sus mayores, esos que entre las Cuatro Esquinas de un viejo Arenal y bajo la sombra del Higueral, bebieron también de La Fuente del Pozo de sus padres, para que esta tradición que es el Pilar de todo ello y que se extiende más allá de Triana, se guarde en El Rincón del corazón de cada uno de sus habitantes y permanezca Larga y eterna para siempre.
Y allí me encontraba yo, nervioso como un chiquillo ante su recorrido primero, agarrado a mi vara, detrás de esa mujer que sin haberlo sido y desconociendo si lo será, para quien esto escribe es ya Madrina; ella, reina sin corona porque no le hace falta corona para lucirse; ella que hasta en su pelo se posaron las mariposas que batían sus alas como ángeles rodeando a otro de ellos en forma de mujer; ella, que en cada paso que daba, dejaba atrás el tiempo pasado y daba un nuevo paso hacia adelante, valiente y feliz como ella solo se merece.
Me encontraba allí, a las puertas de esa Cruz, la de la Calle El Pilar, esa Cruz que allá en el Centro de su Capilla, abraza y nos muestra todo su esplendor en sus adornos que la rodean. Adornos que podrían ser simple tela, plegada, lisada, volteada, pero cuando la tela es doblada, moldeada y tensada por el cariño de unas personas que en esa callen han nacido y crecido, todo es diferente, nada corriente.
Allí, durante el recorrido, abriendo paso a esa Cruz, estaba todo el pueblo, desde los niños con churretes agarrados de las manos de sus padres, hasta los abuelos que volvían a revivir todo cuanto llevan dentro. Todos y creo que no se me olvida nada, todos lucían sus mejores galas, ropa de domingo como decían los antiguos, como si de una pasarela se tratara, y que mejor pasarela, que mejor alfombra que las calles del propio pueblo, algunas adoquinadas, otras no, pero todas llevaban a un mismo camino, ese camino que cada cual escoge como le dicta su corazón, pero que nace del amor a esa Cruz, que importa la calle, que importa su nombre, si en cada una de ellas cada cual tiene su propia Cruz.
Aquello es diferente, todo el pueblo es uno, todo uno es el pueblo, disfrazando las miserias y las penas con la más que elegante de las presencias, aportando, ayudando, colaborando sin importar más nada que esa Cruz.
Me hablaron de ellas, de su historia, me han abierto sus puertas, explicado todo con detalle, he recorrido hasta sus entrañas.
Con estas palabras, quiero agradecer a todos los que hacen que en ese pequeño rincón, en ese pequeño pueblo me sienta como uno más; gracias por abrirme sus puertas sin preguntar nada y es que allí, no te da tiempo a pedir permiso para entrar porque sin darte cuenta ya estás dentro, y eso te das cuenta cuando tu tostá lleva aceite de la cooperativa, en tu alacena hay tortas de pascua y la fotografía de una morena llamada Salomé convive en tu despacho.
Raúl D.G.